El valor de pensar distinto
La primera vez que escuché el nombre de Jim Simons fue en un vídeo de YouTube. Hace ya muchos años atrás, en una tarde de ocio, comencé a revisar los vídeos del curso de Finance Theory de Andrew Lo, profesor de la escuela de negocios del Massachusetts Institute of Technology (MIT). En su introducción, la principal motivación que resaltó de porqué es importante entender las finanzas como materia la plasmó en una lámina. En ésta, presentó tres personajes exitosos que ejemplifican cómo los fundamentos financieros pueden estar en el corazón de actividades aparentemente disímiles. Desde Warren Buffett, uno de los inversores value más admirados por erigir una fortuna usando sólo aritmética sencilla e intuición, pasando por Jack Welch, ex-CEO de General Electric (1981-2001) que se caracterizó por su efectividad en la toma de decisiones corporativas, hasta Jim Simons, matemático con especialidad en geometría que fundó el hedge fund cuantitativo Renaissance Technologies.
En pocas palabras, Jim Simons es para el mundo de las inversiones lo que Michael Phelps es para la disciplina de la natación. Renaissance Technologies es el fondo de cobertura o Hedge Fund más exitoso en la historia de la industria de gestión de activos medido en términos de rentabilidad ponderada por tiempo (time-weighted return). En casi treinta años, la gestora ostenta un track record que supera el desempeño de toda su competencia por un amplio margen, en un entorno más competitivo por la creciente participación de la inversión pasiva y – a su vez – por la salida de flujos de dinero de la gestión activa, producto de los costes más altos y su desempeño agregado por debajo de la media del rendimiento del mercado. Hoy en día, Renaissance Technologies cuenta con cuatro fondos: Medallion, su fondo insignia abierto sólo a los empleados que trabajan en la firma, y tres dedicados a inversores institucionales con una estrategia de largo plazo.
Los números hablan por sí solos. El total de fondos administrados asciende a $166 billones a marzo de 2020. El fondo Medallion, dedicado a estrategias de trading a corto plazo, posee un rendimiento bruto anualizado cercano al 66% desde su creación, con un desempeño neto del 39%. Eso a pesar de contar con una estructura de comisiones dislocada del estándar del mercado entre management y performance fees (5%/44%, respectivamente). Con 300 empleados, la gestora acumula ganancias que excedieron $100 billones desde 1988, superando incluso a grandes empresas que cotizan en los mercados públicos. De esta manera, la riqueza estimada de Jim Simons bordea $23 billones en el 2020 según la revista Forbes, ubicándose en la posición número treinta y seis de personas más ricas del planeta.
Con todo lo anterior, Gregory Zuckerman – autor del libro – se enfrentó a una ardua tarea: escribió el libro que nadie había publicado, pero que todos estaban esperando. El misterio que rodea a Jim Simons es conocido. Raramente concede entrevistas a medios, y sólo se pueden encontrar en internet apariciones públicas muy esporádicas. Más aún, en la elaboración del manuscrito, Simons hizo lo imposible para que el proyecto de Zuckerman no viera la luz, desanimando a gran parte de los potenciales entrevistados con los que contaba el autor. Su propósito era continuar preservando su vida privada, alejada del escrutinio público.
Cuando Simons se dio cuenta que el libro se publicaría de todos modos, cambió de opinión y ofreció acceso a conversaciones de más de 10 horas con el autor (con el perjuicio de aspirar el humo de sus cigarros durante todo ese tiempo).
Siendo justos, la historia de Simons merecía ser conocida: matemático puro, decodificador de códigos secretos del gobierno americano en la época de la guerra fría con la Unión Soviética, jefe académico en el departamento de matemáticas en la universidad de Stony Brook, ganador del premio Oswald Veblen en Geometría en 1976, co-creador de la teoría Chern-Simons (aplicada en la física teórica y en particular en la teoría de cuerdas), emprendedor a los 40 años, inversor cuantitativo, billonario, financiador privado del partido demócrata, filántropo, benefactor de las ciencias matemáticas, y un largo etcétera. Como todo intento de biografía, el libro recorre sus altos y bajos, así como las luces y sombras de la vida de un hombre cuya única aspiración es resolver problemas retadores.
Asimismo, existe una paradoja fascinante que queda latente en el libro: Jim Simons y su equipo no debieron ser los que “resolvieron el mercado”. Simons nunca tomó ninguna clase de finanzas, tampoco le importó mucho entender sobre negocios. Es más, no había comenzado a realizar trading antes de fundar su primera empresa (Monometrics) en 1978. Incluso su formación en matemáticas no era en la especialidad aplicada, sino en la teórica. A diferencia de su competencia, Simons no tenía ni idea de cómo estimar un flujo de caja descontado, identificar productos atractivos para sus clientes o proyectar el nivel de las tasas de interés o el crecimiento de la economía. Lo único que él deseaba era ganar dinero, sobre todo después de una frustrante carrera académica que sentía que no le estaba proporcionando la libertad suficiente para tomar el control de su vida, acorde con sus expectativas.
Por ello, pese a sus logros intelectuales y académicos previos, comenzaba con cierta desventaja en una industria en el que se cuestionaba la presencia de científicos en el campo financiero.
Un punto importante a aclarar es que el título del libro induce a creer que existe una fórmula mágica o secreto por la que se basó el éxito de Renaissance Technologies. No es así. Incluso el autor en múltiples entrevistas concuerda con esta idea. Dicho logro se basó en la suma de pequeñas ventajas que fueron bien aprovechadas, con una buena dosis de suerte y esfuerzo en el camino. Aunque el marco general es claro, subsiste un elemento clave en el trascurso de la vida de la firma detrás de las decisiones adoptadas. Jim Simons y su equipo pudieron entrar al juego sin ningún dogmatismo sobre cómo invertir. La metodología que siguieron desafiaba el status quo prevaleciente de la época: la eficiencia de los mercados y el análisis fundamental. Adaptaron las habilidades ganadas en el ámbito de las ciencias duras y las aplicaron al complejo sistema de los mercados financieros.
Mientras la mayoría de los profesionales de Wall Street necesitaba justificar el movimiento de los precios por razones objetivas, el equipo de Simons lo consideraba innecesario. Dejaron que el data determinara qué funcionaba. Eran los inicios del big data y el machine learning para 1988, aunque con una capacidad limitada en el procesamiento de los ordenadores y sin los avances tecnológicos actuales. Se prefería plantear hipótesis y verificarlas con simulaciones controladas de estrategias de arbitraje, reversión a la media o la detección de señales útiles que ayudaran a tomar ganancias en el mercado de materias primas, bonos, monedas y, por último, en acciones.
En definitiva, su manera de entender la dinámica de los mercados financieros les ayudó a refinar una estrategia sistémica cuantitativa ganadora, la cual contradecía lo que otros expertos veían imposible.
Por otro lado, también existieron aciertos por el lado de la gestión:
Jim Simons fue el arquitecto de un estilo particular que se alejó de las prácticas de la industria. Desde contratar científicos con ninguna experiencia en inversiones hasta fomentar una cultura colaborativa y de trabajo en equipo, con un sistema de incentivos en el que los trabajadores contribuyen con su propio dinero en el fondo (skin in the game). Más adelante, atrajo profesionales vinculados con la industria de la informática y programación (IBM), delegando gran parte de la responsabilidad en la construcción e implementación de los sistemas y procesos a personal clave (Robert Mercer y Peter Brown).
En el plano de las habilidades blandas (soft skills), la capacidad de Simons de escuchar y promover ideas de otros fue distintiva, al igual que su aptitud para convencer, cuyo resultado se materializó en los científicos de primer nivel que lo siguieron en su aventura personal (para el claustro académico el hecho de preferir el dinero por encima del avance de la ciencia era repudiado).
Dichas habilidades fueron críticas en los primeros años de funcionamiento del fondo, ya que les costó ganar la confianza de los inversores y el respeto de la industria. Tuvieron que pasar por varias estrategias fallidas antes de dar con una que les permitiera explotar las ineficiencias del mercado; incluso pasaron muchos años antes para que tuvieran un sistema fiable de inversión en acciones.
Finalmente, The Man Who Solved the Market constituye además una mirada más humana de Jim Simons, tanto en su vida personal como profesional. Un ejemplo de esto se encuentra en varios pasajes del libro cuando su fondo enfrenta condiciones adversas en diferentes periodos. Es reconfortante saber que Simons también está expuesto a las emociones y sesgos cognitivos, conduciéndolo a decidir un rumbo que ocasionalmente contradice su sistema de inversión.
A pesar de lo anterior, su gran mérito sigue siendo su apuesta por su propia visión del mundo, que pasó de ser ignorada y menospreciada dentro de la comunidad inversora en sus comienzos, a ser admirada y a formar parte de la sabiduría convencional en la actualidad.
Fernando Iberico CFA, CAIA
Ganador de la I edición del Value Challenge